martes, 26 de mayo de 2015

La piedra de Miguel Abuelo

Me acerco a una piedra
y la miro sin nombrarla
la toco sin pensarla
la toco y nada más

Estos versos pertenecen a una canción de Miguel Abuelo, de título fluctuante que podría ser Estoy aquí parado, sentado y acostado O Pipo la serpiente.
Quería destacar el hecho de que para comunicarnos esa especie de iluminación, ese momento de epifanía en el que el protagonista logra relacionarse con la piedra como lo haría un bebé o un ser humano del pasado, no tiene más remedio que nombrar a esa piedra.
Para nosotros, seres humanos adultos, nos es imposible relacionarnos con las cosas sin la mediación de las palabras que las definen y le ponen un límite. Palabras que dependen en primer término de los idiomas, pero también de las culturas. No hay demasiada diferencias entre los distintos idiomas occidentales más allá de las palabras utilizadas. Pero hay, o hubo, otras lenguas con otras estructuras gramaticales, con otras clasificaciones. Suele citarse el caso de los esquimales que tienen varias palabras distintas para el blanco y que se refieren también a la nieve. Sus diferentes estados, casi imperceptibles para nosotros, son centrales para la vida de quienes habitan allí.
Entonces, Abuelo o quien sea tiene una iluminación, se desliza por fuera de las palabras. Pero el problema es la comunicación. La única manera de comunicarle a otros esa experiencia es por medio de las palabras. La experiencia es, en realidad, intransferible.
Sería bueno tenerlo en cuenta. Siempre.